14/8/08

Supersticiones XVIII




Pensé… ¡hasta donde vamos a llegar! cuando ví lo que voy a contar.

Ya he dicho en varias ocasiones que el mundo de las supersticiones es sorprendente y ahí va una de ellas.

Al principio de trabajar en una sala de bingo empecé a observar como había personas que restregaban el cartón por algún sitio, pero lo que realmente me sorprendió fue cuando ví que se lo hacían a un compañero. No entendía porque, pero ya sabéis que todo lo pregunto y esto no iba a ser menos. Me dijeron que los jugadores pensaban que eso les daba suerte y que por eso lo hacían. Pero lo que nunca pensaba era que eso también me sucedería a mí.

Un día estaba vendiendo los cartones para la partida cuando de pronto me sentí algo extraño por el brazo. Pensando que era un bicho dí un salto y empecé a darme manotazos, tantos que me lo puse hasta rojo y escuché a un cliente decir: “no te asustes que sólo ha sido el cartón en tu brazo para ver si me das suerte y canto bingo”. No me tranquilicé, pero seguí vendiendo, con la buena o mala suerte de que ese señor cantó bingo.

A la siguiente partida, cuando llegué a la mesa lo miré con cara seria para que se diera cuenta que no me había gustado que me restregara el cartón por el brazo, pero a él le dio igual y lo volvió a hacer, y… nuevamente seguí vendiendo. Cuando terminé y antes de que empezara la partida, me dirigí a él. No me dio tiempo ni a abrir la boca y se disculpó. Me pidió por favor que no me enfadara, que él lo hacía sin mala intención, pero que se había dado cuenta que yo le daba suerte porque había cantado bingo.

Ante tal disculpa le dije que por favor no lo hiciera más y que si quería que yo tocara el cartón sólo tenía que decírmelo, que lo haría sin ningún problema, pero que de otra forma no lo consentiría.

Las personas que estaban sentadas en la mesa me dieron la razón y todas las partidas tenía que tocar el cartón después de vendérselo. Así él jugaba a gusto pensando que iba a cantar bingo.

Así estuvo una gran temporada hasta que un día me dijo que se había dado cuenta que la suerte no se la daba sólo yo, porque había jugado un cartón de otro vendedor y había cantado… con lo cual me sentí bastante aliviada.

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