Tener juicio

Desde que nacemos, nuestros padres están muy pendientes de todos nuestros avances en la vida. Una de las primeras alegrías que les damos es cuando nos sale nuestro primer diente (aunque luego les demos algún que otro disgusto) y normalmente lo publican a los cuatro vientos llamando a los abuelos, tíos y demás familiares ya que eso es uno de los síntomas de que el bebé va creciendo sano.

A partir de ese primer diente ya vienen todos los demás. Luego empezamos con la visita de "el ratoncito Pérez", las traumáticas idas y venidas al Sr. Dentista y, nos podemos dar con un canto en los dientes (nunca mejor dicho) los que nos hemos librado de las fastidiosas prótesis dentales.

Pero ahí no queda la cosa. Cuando creemos que ya sólo nos queda estar muy pendiente de nuestra higiene bucal y todo el trauma que nos creó el Sr. Dentista se nos está pasando, llegan las muelas de juicio. ¡Qué dolor!

De pronto un día, con unos 20 años a las espaldas, nos levantamos con un tremendo dolor en la boca y la cara hinchada ¡qué es esto! Y de nuevo al Sr. Dentista.

Nos dice que es la muela de juicio y pensamos “si yo me considero una persona madura y juiciosa…”. Este buen señor no sabe lo que está diciendo.

Mi madre dice que es cuando realmente maduramos y empezamos a tener juicio. Si eso es así, tengo que decir que yo tardé 25 años, y mi amiga Mari Pepa ha tardado 28 años y un fin de semana (precisamente este) para que la consideremos una persona juiciosa. Pobre Mari Pepa, parecía un “trol”.