22/5/08

Supersticiones VI

Era vendedora y tenía el turno de mañana. Entré a trabajar e hice las tareas habituales hasta que la sala se abrió al público. Los clientes empezaron a entrar y a pedir sus desayunos, y nosotros a darles los buenos días y a charlar un poco con los más conocidos hasta que empezara la sesión del día con la primera partida. La mañana se iba desarrollando con normalidad y sin ninguna anécdota para destacar hasta que de pronto, empezó a oler a ajos.
Yo no sabía de donde podía venir ese olor, pero si se notaba la zona donde olía más intensamente y era por mi rango. Me puse a dar vueltas, pero no conseguía saber exactamente quien estaba provocando ese olor tan desagradable, hasta que un compañero me dijo: “Carmen, hueles a ajo” e intuitivamente me olí las manos y efectivamente me olían a ajos, entonces me dí cuenta que alguien estaba restregando ajos en los cartones y por eso me olían las manos, ahora sólo me quedaba saber quién era.
Pasó un buen rato y no conseguía darme cuenta de quién estaba haciendo eso, incluso mis compañeros se pasaban por mi rango para ver si se daban cuenta de algo, pero era imposible. Una de las partidas que tuve que volver a llevar un cartón, para que jugara una persona que había entrado, me di cuenta que en una mesa había una señora que estaba restregando algo en el cartón, me paré al lado de ella y fue entonces cuando descubrí todo lo que estaba pasando.
Era una clienta habitual y cuando llegué a la mesa donde estaba sentada para venderle los cartones de la siguiente partida, me paré y le pregunté que porque olía tanto a ajos en esa mesa y ella sin inmutarse me contestó: “estoy restregando ajos sobre los cartones porque me han dicho que da suerte y así cantaré bingo”
Yo sabía que muchas personas dicen que los ajos traen suerte, pero lo que nunca había oído era que había que restregarlo y aguantar ese olor tan fuerte y desagradable. La señora se fue sobre medio día y no cantó nada. Nosotros tuvimos que aguantar ese olor casi toda la jornada, sobre todo porque yo lo tenía impregnado en mis manos y por mucho que me las lavara no conseguía que se me quitara.
Siempre intentábamos sacar algo positivo de las cosas que nos pasaban, y de esta situación lo único que sacamos fue reírnos mucho de la peste a ajos que tuvimos que aguantar durante todo el día.

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